Monday, July 14, 2008

Con la mano al pecho

Hay quienes llevan la carga con orgullo, y también damas que se encorvan bajo su peso. Pero, casi sin excepción, todas cosechan miradas de todo tipo, desde las envidiosas de las congéneres, hasta las lascivas de los miembros del género opuesto. Me refiero, por supuesto, a las portadoras del atributo por excelencia femenino: el busto. Y de su exceso.

Tengo la certeza de que cualquier mujer que use un brassiere de talla 32A me va a decir que estoy demente por haberme referido a algo tan apreciado como el busto amplio como una carga. Quizás tendrían algo de razón. O quizás “carga” no sería la palabra adecuada. Después de todo, la demanda de implantes de silicona va por las nubes, y dicha cirugía es una de las más comunes y socialmente comprendidas (e incluso esperadas) actualmente. Pero en definitiva, ¿qué saben ellas? Si no has aprendido, en carne viva y a tropezones adolescentes, a llevar un 36D, ¿dónde está el mérito? Quizás eso es lo que se paga, como justa penitencia, con el reposo médico post-operatorio, el intenso dolor pocas veces mencionado, la incomodidad, y, por supuesto, los chismes de rigor.

Pero no es lo mismo.

Si hay algo que, típicamente –y lo reconozco, de modo algo estereotipado- puede transformar una reunión entre mujeres en un aquelarre plagado de esos comentarios en los cuales podemos ser tan venenosamente certeras, son los atributos físicos. Y la envidia de. Tan observadoras…que toda curiosidad puede acabar en una crítica demoledora. Una nariz más recta (“griten, ¡rinoplastia!”), una figura más esbelta (“¿Es el gimnasio?” “No, creo que esta tomando unas pastillas de esas japonesas, tu sabes.” “Ay, yo escuche que está casi anoréxica”), y, obviamente, el pecho con la típica “¿son de verdad?” Uno aprecia lo que no tiene, ¿cierto? Todos sabemos de qué pie cojeamos. Y en este caso, es eso precisamente lo que más critica cada una. Pero en mi caso, ¿cómo se critica tener un par de tallas menos?

Y es que cualquier persona que va al cirujano plástico no ha tenido que pasar por un primer año de secundaria (y prácticamente todos los siguientes) lleno de miradas indiscretas del género opuesto, al menos hasta que las hormonas del resto de compañeras de clase se pusieran a la par. O por las bromas de los susodichos. O algún comentario extremadamente idiota en una fiesta. O más de uno. O, quizás la típica pero más enervante sin lugar a dudas, la mirada furtiva al escote en lugar de los ojos de la interlocutora. Que levante la mano alguien que tenga más de 34B y que no haya pasado por eso. Y lo digo con toda la autoridad de quien ha sufrido cada una de las situaciones que acabo de mencionar.

Tengo que ser justa y ponerme del otro lado de la balanza. ¿Trae sus ventajas ese pequeño empujón genético de la B a la C? Pues probablemente. Hay ropa que sienta mejor, y probablemente sea un factor determinante en la interacción con el público masculino. Pero vamos, seamos sinceros. Eso conlleva muchísima atención no deseada. Y con respecto a la ropa, podemos llevar un escote bonito con elegancia, pero no hay un cuello de tortuga que nos sea compatible. O un polo de tiritas que no parezca sucumbir bajo el peso, combinado al hechizo de la gravedad. O, -terrible injusticia- un brassiere convertible que no sea extremadamente incómodo de alguna manera. O alguno que sea bonito pero no tenga el relleno diseñado para las “menos afortunadas.” Sí, un 32A no se ve tan mal repentinamente, ¿verdad?

En fin, esto no es una queja contra la Madre Naturaleza, o la predisposición genética, o cualquier factor que pudiese influenciar la diversidad de tamaños en el universo pectoral femenino. Y no, a pesar de que apreciaría haber tenido un par de tallas menos, no estoy renegando de mis características. Si la vida te da limones, dice el dicho, pues a hacer limonada. Simplemente es un asunto de aceptarse tal cual es, lo bueno y lo malo. En un mundo donde un defecto es un pecado, y todo se arregla con la punta de un bisturí, se vuelve cada vez más difícil estar en paz con el cuerpo propio. Y si hay algo que no debería quitarle el sueño a nadie, es un centímetro más o menos en esa área, o en cualquier otra. Por eso digo que a pesar de todo, ya que todo tiene sus buenas y malas, he aprendido a vivir conmigo, centímetros más por aquí, centímetros menos por allá. Y lo digo sinceramente, con la mano al pecho – amplio como pueda o no pueda ser.