Thursday, March 25, 2010

Un tren vacío.

Un tren vacío se arrastra a su hogar en Union Station.
El tono verde de sus ventanas le da a su interior el aspecto triste de un acuario desierto. Se mueve lentamente, casi con resignación, como acostumbrado al abandono constante de miríadas de pasajeros que sin pensar se apresuran para entrar y salir de sus entrañas iluminadas por fluorescentes, como una ballena solitaria escupiendo rutinariamente a cientos de Jonases. Es una noche fresca y clara, con nítidos puntos de luz aquí y allá coronados por una luna sonriente y distante, y el tren rezuma soledad. Vacio. El calor innato de las estrellas está demasiado lejos para ser un consuelo. Indiferente a la primavera incipiente, el tren blanco y verde ingresa a la estación con el empuje de un cuchillo regresando a su funda, y con esa misma determinación desaparece de mi vista mientras abordo un autobús oscuro, donde el abrazo de la penumbra se me hace a mí mucho más acogedor.

Tuesday, March 9, 2010

Korean Comedy: Epílogo.

[Se piden mil disculpas por el retraso. A ver si, ahora sí, no paro de escribir.]

No pude con mi genio. El lunes siguiente, de vuelta en los recovecos del catorceavo piso de la biblioteca, le dije a Liz que se abstuviera de realizar maniobras a lo Cupido, y que olvidara sus ideas de telenovela coreana respecto al tan mentado (por ella) chico de rizos rubios y anteojos con el que habíamos coincidido en el ascensor tiempo atrás. La decepción no tardo en hacerse evidente en su rostro, así que entré en detalles y le expliqué lo que había sucedido el viernes anterior.

Ustedes saben, la letanía de “sólo es un conocido” y “es buena gente, pero no.”
(Juro que no es solo por el comentario sobre el bossa nova.)
Así que imaginé que de este modo quedaba zanjado el asunto.

Pero (la manera en la que la oración anterior está redactada ya es una pista), para variar, estaba imaginando mal. Sucedió que Liz y D (para dejar de escribir aquello del chico de rizos etc., etc.) se hallaban juntos en dos clases. Se encontraron una tarde y fue derecha a decirle lo mismo que a mí unas semanas atrás. No puedo imaginarme cómo se desarrolló esa escena; un agradecimiento torpe seguido de la oportuna revelación de que tiene novia. Esto, a su vez, lo imagino seguido por la cara de “acabo de meter la pata” de la pobre Liz. Esa última imagen, sin embargo, se me hace decididamente divertida, por haber ido de modo un tanto quijotesco pero innecesario a hacer las de Celestina. Karma.

Entretanto, yo sigo haciendo mis turnos todos los lunes de 4 a 6. Liz sigue sugiriendo chicos con los que podría salir, junto con más comentarios hilarantes. Y sigo asistiendo, de cuando en cuando, al intercambio de los viernes. No sé que habrá pensado D, y creo que prefiero no saberlo. No quiero hacer preguntas. Así que simplemente nos saludamos cada vez que nos cruzamos, de la manera más cordial, como si nada hubiera pasado. Igual que aquella tarde de octubre en el ascensor.