Sunday, June 27, 2010

Desvaríos (en el más puro sentido de la palabra)

Para Elena, por el involuntario empujón de vuelta al teclado.


[Neither do I, really.]

Toronto no es Londres.

Parece una distinción más que obvia y, sin embargo, esta noche (bueno, hoy a las 20:44, aún con luz natural dadas las bondades del verano en las latitudes extremas) ambas ciudades podrían confundirse. Así como dos mujeres con el mismo color de cabello y el mismo abrigo pueden transformarse en la misma, vistas de espaldas, el manto de niebla que cubre a ambas ciudades hace que se hermanen, aunque sea tan solo por unas horas, o lo que tarde en disolverse la lluvia.

El verano este año es tibio y húmedo. Nada mal. Con el mundial las calles se llenan de autos con distintas banderas. La gente anda por las calles con un sentido de propósito más evidente; se le ve más ligera, quizás en flor. El invierno sabe esconder todo eso bajo las capuchas, los abrigos, las botas y los guantes. Un paraguas no sabe cómo llevar a cabo esa tarea: un paraguas es casi romántico en comparación.

El solsticio tuvo lugar hace cinco días. Los días no acaban nunca, y mi complejo de girasol se regocija a viva voz y en silencio, dependiendo de la ocasión. Midsummer, según los que aquí moran. Yo sigo con la costumbre sudamericana de contar el inicio de las estaciones al ritmo de los solsticios y equinoccios. Ahora se acortan los días, cada día unos segundos. Antes de que pueda darme cuenta estaremos en setiembre, y de ahí todo es cuesta abajo; una cuesta anaranjada y roja, tostada por el otoño, y eventualmente llena de nieve y lodo.

A veces escribo sin un propósito en particular. Es más: la mayoría del tiempo empiezo a escribir sin saber a dónde pienso llegar con el ejercicio, sin ver más allá de un párrafo o una línea o dos. Hoy es uno de esos días. No sé como terminaré éste párrafo, sólo espero que llegue a buen puerto. Pero a veces hay días en que se abre una puerta inundada de luz, con la idea perfecta para continuar el relato, la palabra exacta para la rima de aquella poesía, una dicha secreta y silenciosa que acaba con esa angustia tan prosaica.


Hoy no es un día de aquellos.


Thursday, March 25, 2010

Un tren vacío.

Un tren vacío se arrastra a su hogar en Union Station.
El tono verde de sus ventanas le da a su interior el aspecto triste de un acuario desierto. Se mueve lentamente, casi con resignación, como acostumbrado al abandono constante de miríadas de pasajeros que sin pensar se apresuran para entrar y salir de sus entrañas iluminadas por fluorescentes, como una ballena solitaria escupiendo rutinariamente a cientos de Jonases. Es una noche fresca y clara, con nítidos puntos de luz aquí y allá coronados por una luna sonriente y distante, y el tren rezuma soledad. Vacio. El calor innato de las estrellas está demasiado lejos para ser un consuelo. Indiferente a la primavera incipiente, el tren blanco y verde ingresa a la estación con el empuje de un cuchillo regresando a su funda, y con esa misma determinación desaparece de mi vista mientras abordo un autobús oscuro, donde el abrazo de la penumbra se me hace a mí mucho más acogedor.

Tuesday, March 9, 2010

Korean Comedy: Epílogo.

[Se piden mil disculpas por el retraso. A ver si, ahora sí, no paro de escribir.]

No pude con mi genio. El lunes siguiente, de vuelta en los recovecos del catorceavo piso de la biblioteca, le dije a Liz que se abstuviera de realizar maniobras a lo Cupido, y que olvidara sus ideas de telenovela coreana respecto al tan mentado (por ella) chico de rizos rubios y anteojos con el que habíamos coincidido en el ascensor tiempo atrás. La decepción no tardo en hacerse evidente en su rostro, así que entré en detalles y le expliqué lo que había sucedido el viernes anterior.

Ustedes saben, la letanía de “sólo es un conocido” y “es buena gente, pero no.”
(Juro que no es solo por el comentario sobre el bossa nova.)
Así que imaginé que de este modo quedaba zanjado el asunto.

Pero (la manera en la que la oración anterior está redactada ya es una pista), para variar, estaba imaginando mal. Sucedió que Liz y D (para dejar de escribir aquello del chico de rizos etc., etc.) se hallaban juntos en dos clases. Se encontraron una tarde y fue derecha a decirle lo mismo que a mí unas semanas atrás. No puedo imaginarme cómo se desarrolló esa escena; un agradecimiento torpe seguido de la oportuna revelación de que tiene novia. Esto, a su vez, lo imagino seguido por la cara de “acabo de meter la pata” de la pobre Liz. Esa última imagen, sin embargo, se me hace decididamente divertida, por haber ido de modo un tanto quijotesco pero innecesario a hacer las de Celestina. Karma.

Entretanto, yo sigo haciendo mis turnos todos los lunes de 4 a 6. Liz sigue sugiriendo chicos con los que podría salir, junto con más comentarios hilarantes. Y sigo asistiendo, de cuando en cuando, al intercambio de los viernes. No sé que habrá pensado D, y creo que prefiero no saberlo. No quiero hacer preguntas. Así que simplemente nos saludamos cada vez que nos cruzamos, de la manera más cordial, como si nada hubiera pasado. Igual que aquella tarde de octubre en el ascensor.


Saturday, November 7, 2009

Korean Comedy.

[La frase para referirse a las telenovelas coreanas en inglés, es “Korean dramas”. La modificación del título será bastante obvia al terminar de leer.]


[Foto de "Escalera al Cielo", una novela coreana que a más de uno le resultará familiar.]

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Siempre hay alguien entrando o saliendo de un ascensor.

14299. Biblioteca, catorceavo piso. Oficina de EASSU, la unión estudiantil de mi carrera (o una de mis). Son las 5:26, y tengo que partir dentro de poco. Mi próxima clase es del otro lado de Queen’s Park, cruzando el campus. Me tomará diez minutos llegar hasta allá. Pero aún son las 5:27, y tengo al menos otros diez minutos de paz e inmovilidad en el sillón de la oficina.

Mi turno dura dos horas, de 4 a 6 de la tarde. Todos los miembros del comité debemos hacer dos horas de turno a la semana. Y todos nos las arreglamos para tomar turnos de dos horas seguidas, para tener que hacerlas sólo un día a la semana. Siempre llego al mío antes de tiempo. Toco la puerta y me encuentro con Liz, aún en su turno, sentada en el escritorio, de buen humor, lista para bromear sobre el chico rubio de rizos y anteojos del ascensor del día de las elecciones. En mi primera visita a la oficina, lo primero que atinó a decirme es que hacíamos buena pareja, el y yo. El, una persona que habré visto a lo mucho cuatro veces en mi vida, y yo. Al menos algo en común tenemos. El chino.

Nos conocimos el año pasado, hacia finales de noviembre. Fue el día del concurso de diálogos. En chino mandarín. Como la humilde estudiante de primer año que era, estaba hecha un manojo de nervios. Pero al menos estaba segura de haber memorizado toda mi parte. Lo cual no fue muy traumático, teniendo en cuenta que yo escribí la mayoría. El era en ese entonces un estudiante de segundo año, pero su pronunciación se distinguía, intachable. No hablamos sino hasta después de haber actuado, intercambiando un par de frases respecto al idioma que aprender. Luego, un par de meses después, lo encontré entrando a clase cuando yo salía. No lo volví a ver sino hasta esa tarde en el ascensor, cuando nos reconocimos al tiempo que caminábamos al salón de la reunión general de EASSU. Esa tarde, Liz y yo nos convertimos en miembros, ella como secretaria, yo como coordinadora de delegados. A las dos semanas, ya nos encontrábamos en la oficina, cuando me preguntó si recordaba al chico del ascensor. Asentí. Cuando dijo que haríamos buena pareja sólo me pude reír. No sólo porque no lo conozco ni remotamente lo suficiente como para decir algo así, sino porque no había manera de llegar a conocerlo. No está en ninguna de mis clases.

Lo que Liz no sabe, es que sí se como encontrarlo. Si quisiera.

Los viernes, la Asociación de Estudiantes Chinos (sí, estamos llenos de uniones, organizaciones y asociaciones) junta gente que busca practicar su chino o mejorar su inglés. No tengo clases los viernes, pero decidí darme una vuelta. El estaba ahí, es uno de los coordinadores del programa. También un par de amigos más. Fuimos todos a cenar al Barrio Chino al terminar. Su chino sigue siendo igual de impecable, es menor que yo, y detesta el bossa nova. Por más buena persona que sea, casi lo odié sólo por decir eso. Liz aún no sabe nada de los eventos recientes. Inspirada por las telenovelas coreanas que le gustan tanto, tiene planeado hablarle en la clase que llevan juntos y decirle, como a mí, que haríamos buena pareja. Lo que es yo, disfrutaré ver como se van dando las cosas desde el sillón, mientras ayudo a coordinar todos los eventos que se vienen. Tengo la certeza de que esta situación da para muchas risas…
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[Y aquí, más acorde con el título, una parodia genial de Mad TV, la primera de 4 partes. Enjoy!]

Monday, August 17, 2009

Para un día de aquellos...




[Para dos personas que se encuentran en el regimiento del Sgt. Pepper's Lonely Heart Club Band. Los quiero mucho. S.]


Mira, las cosas todas pasan por algo, por más que suene a cliché. Que es difícil entenderlas, que duelen, que dejan heridas más hondas que las profundidades del mismo mar, eso no te lo niega nadie. Pero al poco tiempo, o no tan poco, vas a darte cuenta que no es solo que las cosas pasan por algo, sino que también pasan y se van, y aunque no lo creas ahora porque siguen latiendo en el fondo de tu cabeza, se marcharán antes que notes que partían. Así son las cosas del corazón, las puñaladas arden desde adentro, pero si tienes fuerzas suficientes para levantarte, entonces también las tendrás para curarte.

Dicen que para escribir de algo hay que conocerlo. Cuando se trata de un dolor de estos, sin embargo, es mejor haber estado en ambos extremos. En su momento, agonicé por tres semanas de silencio; se acercaba una ruptura inevitable. Fueron las lágrimas más amargas que había llorado por amor. En su momento, también, fui yo la que tuvo que desconectar a alguien del life support system que son la ilusión y la esperanza: esas lágrimas fueron aún más amargas por ser consciente del dolor que estaba causando. Un dolor que aún me causa remordimientos y que aún me deja pensando en esas tardes sin sol pero sin nubes, de contemplación en pleno. Así que puedo decir que no soy una experta en todo el tema, pero las experiencias diametralmente opuestas te dan una visión un poco más completa de las cosas, y permiten otorgar consejos más útiles. Y no hay nada más certero que un consejo que no pediste.

Antes, sin pensarlo mucho, habría sugerido, trata de no pensar. Nada más complicado. Las cosas no se van así de buenas a primeras, por más que uno quiera. El proceso de dejar algo atrás, en definitiva, es arduo y largo. Pero es un proceso, es decir, no es imposible lograrlo. La clave es darle a las cosas el lugar y la importancia que tuvieron, sin mezquinar nada. Si pones un recuerdo importantísimo en una cajita enana, no va a caber; si pones uno pequeño en un baúl, estas desperdiciando espacio. Es una metáfora un tanto extraña, pero si encuentras la caja correcta, estás listo para continuar. Cuando lo logres, dejarás de pensar tanto. Y así, de a pocos se avanza. Sin rencores, sin amarguras. Atesora todo lo bueno, porque es parte de ti. Y aprende de lo malo, porque te ayudará a crecer. Y vive. No dejes que ningún recuerdo te consuma, y aprovecha de vivir, concentrarte en tus metas, aprender algo nuevo, que sé yo, desde instrumentos hasta idiomas, pasando por todo lo que haya en el medio. Tómate el tiempo para explorar el mundo con la experiencia que has adquirido. Porque, como dice otra frase que suena a cliché, el tiempo lo cura todo. Salvo la muerte, por supuesto. Pero si estás leyendo estas líneas, me parece que tienes la oportunidad de construir tu felicidad del modo que más te convenga, como más te guste, y con quien quieras (o no) hacerlo.

Desde este lado de la pantalla, cuentas con todo mi apoyo.

Tuesday, June 2, 2009

May showers bring more flowers…

El mes que acaba de concluir se hizo notar dejando a su paso una ciudad empapada. Mayo, aquí, significa no sólo primavera, sino la cantidad de lluvia necesaria como para que ésta, mediante sus vegetales manifestaciones, haga su aparición. Y teniendo en cuenta la ferocidad de los inviernos cuasi-polares que son típicos de estas latitudes, dicha cantidad es exorbitante. Por algo la existencia de proverbios como el título que me animé a empeñar en esta ocasión, no sólo por ser atinado, sino porque la última semana tuvo precipitaciones comparables a las de la selva amazónica que alguna vez tuve a bien visitar.

Es uno de esos casos típicos de “no hay mal que por bien no venga”, como tantos otros refranes en tantos otros idiomas.

Lo que sí es impresionante es la rapidez con la que la ciudad reverdece. El paso de los troncos secos a los árboles cargados de vida nueva. Verde. Todo verde. Los parques, las calles, los brotes que crecen entre las rendijas del pavimento. Es difícil imaginar eso luego de veintiún años en el país lleno de siempre verdes que es el mío, que adoro, pero el contraste tan brutal es lo que le da el encanto.


Entretanto, me he convertido en la madre de dos adorables geranios que están en su apogeo. Tuve que pasarlos a macetas, crecen tan rápido…

Esta humilde paginita ya lleva 2 años y poco más de un mes de existencia. Hablando de lo rápido que pasa el tiempo. Todo lo que puede pasar en dos años, es impresionante cómo la vida va dibujando caminos tan distintos, a veces extraños, usualmente con cierta sabiduría implícita. Me doy perfecta cuenta de que estoy en ánimo contemplativo, pero hay que entenderme después de tanto contemplar esta primavera y la vida que llega con ella. A ver si al menos junio llega con menos agua.

Wednesday, April 15, 2009

In Bloom

Una mañana hace un par de semanas, el jardín de mi casa se vio envuelto por completo en un manto inmaculadamente blanco. Demonios, pensé, estamos en abril y ahora esto.

Aurora, a unos 45 minutos de Toronto cuando el tránsito no esta muy pesado, recibe por lo general bastante más nieve que el resto de la ciudad por encontrarse más al norte: en estas latitudes cada metro cuenta. Y no me disgusta la nieve, a pesar de todas las predicciones pesimistas de que acabaría odiándola en cuestión de un invierno. Lo que me disgustó fue el destiempo nauseabundo con el que hizo su última aparición, con algo de suerte la última de la temporada. Cualquiera pensaría que una vez entrada la primavera, es cuestión de empacar las botas de nieve y desempolvar las casacas más ligeras. Ni por asomo. La única certeza aquí es que con la nieve nunca se sabe. Y yo lo sabía. Solo que no pensé que fuera a ocurrir. Sobretodo con el todo el tiempo que tomó que se derritiera toda la nieve del invierno.

La noche anterior a la nevada, sin embargo, encontré con la primavera un nuevo objeto de mi afecto a quien proporcionarle todo mi cariño. Está aquí a mi lado mientras dibujo torpemente estos pensamientos con el teclado, y sonríe imperceptiblemente con cada uno de sus incipientes dieciocho… capullos. Sucedió que durante una rutinaria visita al supermercado, pasamos por la sección de jardinería, repleta de flores. Entre los adorables tulipanes, narcisos y las imponentes orquídeas, encontré… geranios. Diminutos. Recordé Lima, llena de ellos, y recordé también que si permanecen dentro de casa durante el invierno, seguirán floreciendo. No lo dude ni un momento y tomé con cuidado el que esta ahora en mi ventana apenas vi los capullos. Ahora el primero de ellos esta empezando a florecer lentamente, el carmesí de sus pétalos completamente visible, acompañando al junco unicornio que aviva mi cuarto desde el invierno.


Ya llevo en estas latitudes casi un año, y es la segunda primavera que me toca observar. Luego del invierno, el comentario de que “las primaveras aquí son más frías que los inviernos en casa” se va desdibujando: en casa no hay inviernos. Pero el invierno mismo se desdibuja ante el recuerdo de mayo, junio, julio y agosto, los meses maravillosos en los que esta ciudad florece bajo el sol, los que observaron mis primeros pasos en esta ciudad, a veces torpes, a veces tropiezos con todo el rigor de la palabra, pero por sobre todo zancadas animosas llenas de novedad. Aquí viene de nuevo la luz que florece. Yo y mi geranio estamos listos, esperando que llegue sin más nieve de por medio.

Sunday, April 5, 2009

Y si manda el marinero?

A veces, cuando parece que se anda sin rumbo, una tonada familiar puede servir de guía.

La promesa: nunca olvidar, nunca olvidar...


[Con el crudo en las bodegas volveré a buscar todo el tiempo vivido que hemos perdido sin protestar. Voy a probar primero al olvido, a lo ajeno. Voy a pasar a retiro de un tiro el culpable de mi soledad. No sé que quiero, pero sé lo que no quiero. Sé lo que no quiero, y no lo puedo evitar. Puedo seguir escapando y aún lo estoy pensando, lo estoy pensando pero estoy cansado de pensar. El marinero del río no tiene calor ni frío. La ciudad no tiene puerto y se siente muy vacío. Últimamente ha perdido su capacidad de sorpresa: en un vaso de cerveza caliente fue que se la olvidó. Quiero elegir del mapa un lugar sin nombre a donde ir: será el lugar donde viva lo que quede por vivir. Por eso de cada viaje me traigo el equipaje perdido; por eso es que he decidido nunca olvidar, nunca olvidar. No sé que quiero, pero sé lo que no quiero. Sé lo que no quiero, y no lo puedo evitar. Puedo seguir escapando y aún lo estoy pensando, lo estoy pensando pero estoy cansado de pensar. No sé lo que tengo pero sé lo que no tengo; sé lo que no tengo porque no lo puedo comprar. Puedo seguir cantando pero sigo esperando, sigo esperando pero estoy cansado de esperar. No sé que quiero, pero sé lo que no quiero. Sé lo que no quiero, y no lo puedo evitar. Puedo seguir escapando y aún lo estoy pensando, lo estoy pensando pero estoy cansado de pensar.]

Saturday, April 4, 2009

***


Me traicionaron mis pasos
y las aves de escarcha, migratorias
y torpes. Y efímeras, por sobre todo. Me llamaron
al viento, al constante vaivén de la rueda del cambio,
a ver nacer lo nuevo. No hubo preguntas; no habría
respuestas. Mas con el tiempo no fue el vértigo
en la garganta lo que me hizo notar
lo que faltaba, ni su suspiro
a viva voz, ni el escalofrío de mis ojos. Fue no sentir
mis latidos lo que me dijo
que había pagado el viaje con el corazón
como peaje.

Sin deshacer mis pasos sigo mi curso como las aves. Y con las aves, como yo, de escarcha.

Monday, December 15, 2008

"where it's all white as snow..."


Mientras camino con dirección norte a la estación de St. George, no puedo evitar recordar una frase de James Joyce, que leí por primera vez hace cuatro años cuando nos asignaron Dubliners en la clase de Literatura en inglés. Es la última frase del último cuento, The Dead:

“His soul swooned slowly as he heard the snow falling faintly through the universe and faintly falling, like the descent of their last end, upon all the living and the dead.”

Ayer fue la primera nevada de la temporada en Toronto. Llegó temprano, aunque juzgando por la cantidad de nevadas previas en Aurora, la llevaba anticipando desde hacía buen tiempo. La resaca de la noche anterior cobra vida en el frío, ligeramente más intenso, y en la cantidad de nieve que cubre desde los tejados hasta los barandales y los árboles en los que aún no se ha derretido. Llevo un par de guantes mojados en la mochila: antes de emprender el regreso Andrew y yo nos enfrascamos en una guerra de nieve relámpago. Buen modo de hacer catarsis respecto al rompimiento reciente. Los transeúntes observaban extrañados. Hemos de haberles parecido niños jugando con nieve a la entrada de la biblioteca. Para ellos, la nieve cae sobre todos por igual como lo haría la lluvia, o del mismo modo en el que damos el brillo del sol por sentado. Luego de tantos años, ya no es nada especial. La nieve solo les produce una indiferencia, si no un fastidio, que puede leerse en sus ojos.

Llego al cruce de Bloor y St. George. Bloor es una de las avenidas principales en el centro, y St. George es la arteria principal de la universidad: gran parte de sus edificios, sin mencionar Robarts, la biblioteca más grande con complejo de pavo real incluido (ver foto), están situados en esa calle. La estación del metro se encuentra del otro lado de la pista. Me detengo en la esquina a esperar al semáforo peatonal y al poco tiempo ya hay al menos diez personas más: en la otra orilla otro tanto de almas se preparan a cruzar apenas aparezca la luz blanca. Incluso desde donde me encuentro de pie se lee en sus rostros que este es un día normal, como de tantos otros inviernos. Me pregunto inevitablemente si alguna vez sintieron la emoción que por ahora me invade al ver la nieve, pero las almas pasan a mi lado con la mente en blanco.

Estación de St. George. Se inicia la odisea del regreso. La máquina de tokens acepta monedas para comprar uno, u ofertas de $10 o $20. No acepta billetes de $5, lo cual por lo general me pone en apuros: por algún motivo el funcionario de la caseta desaparece justo antes de que pueda aproximarme a pedir cambio. Felizmente hoy no es el caso, llevo sencillo. Un loonie (moneda de $1) y un toonie (moneda de $2) son suficientes, el precio es $2.75. El token va a la ranura de la entrada y los veinticinco centavos de vuelto a mi bolsillo. Bajo dos escaleras y me dirijo a la plataforma con dirección al este. La ruta que tomo es larga: de St. George, dos estaciones al este, hasta Bloor-Yonge. Luego un transbordo a la línea del norte, donde luego de ocho estaciones llego a Sheppard-Yonge. Un último transbordo a la segunda línea del este y cuatro estaciones más para terminar en Don Mills. Y eso es solo medio camino: una brillante carroza me espera a la salida de la estación para hacer el resto de la vuelta a Aurora, unos veinticinco minutos más al norte de Don Mills. El trayecto en total me toma por lo general una hora, porque gracias al cielo mis horas de viaje no son en hora punta. Al menos no en la autopista.


Desgraciadamente, un jueves cualquiera alrededor de las seis de la tarde es la definición de hora punta en el metro de Toronto. Salgo en medio de un gentío a subir las escaleras para tomar el tren con dirección norte. Como es usual, ya hay gente esperando en la plataforma. Después de mí llega aún más gente, lo que me hace sospechar que viajaremos apretados. Una luz al final del túnel anuncia la llegada inminente del tren: lo bueno de la hora punta es que los trenes llegan cada tres o cuatro minutos como máximo. Lo malo es que, luego de una mirada al vagón correspondiente, me doy cuenta de que no solo se confirma mi sospecha, sino que no se han desocupado demasiados asientos: viajaremos de pie.

Me sostengo de la baranda más cercana a la puerta. Detrás de mí, entre la multitud, hace su aparición una dama treintona de cabello rubio corto, con un perro faldero entre los brazos. La fiebre de los toy dogs hace su aparición en los momentos menos esperados. Inmediatamente detrás de ella ingresa, justo antes de que se cierren las puertas, un hombre desaliñadísimo. Su ropa lleva manchas de pintura de distintos colores, quizás es un artista sin suerte. Al apoyarse en la misma baranda que nosotras alcanzo a ver sus uñas, y un pensamiento triste y cruel vuela por mi cabeza: el perro de la dama tiene las patas mejor cuidadas que él. El tren empieza a moverse. Por unos momentos, el único sonido que invade el silencio es el del tren sobre los rieles, y el murmullo de los viajeros acompañados. De pronto, el hombre se dirige a la dama. Alcanzo a leer la sorpresa en su mirada por un segundo: es evidente que para ella es, también, un perfecto desconocido. La sorpresa se desvanece con la pregunta. “¿Es un Cocker Spaniel?”, dice el hombre, señalando al perro entre sus brazos. Me reí para mis adentros, como lo debió hacer también ella, y quizás también el perro si lo hubiera entendido: a mi parecer, la diferencia entre un Cocker Spaniel y un Yorkshire Terrier es abismal. La dama no demora en corregirlo amablemente, aunque indudablemente algo tensa. Silencio. Daba por terminado el intercambio cuando el hombre preguntó repentinamente por el precio del perro. No sé por qué, hablar de improviso de dinero con desconocidos me incomoda (aunque puesto de esa manera, parece bastante evidente). Esta vez miré al hombre mientras hablaba. Sus dientes estaban oscuros. No di signos de inmutarme. La dama tampoco. Le respondió, y le habló brevemente del criadero en Winnipeg de donde el perro procedía. El intercambio fue breve también, pero esta vez definitivo: no se volvieron a dirigir la palabra en lo que restaba del trayecto común. Entretanto, el Yorkshire Terrier se entretenía lamiendo mis guantes. Una vez en la estación de St. Clair, la dama se bajo del vagón. Aproveché la salida de algunos pasajeros para encontrar un asiento en lo que restaba del trayecto al norte. En mi cabeza daba vueltas el encuentro que acababa de presenciar. Aquí dirigirse a un desconocido es lo mismo que hacer lo propio en Lima. ¿Qué habría pasado por la cabeza del artista para dirigirse a la dama? Solo me quedaba suponer que la curiosidad más pura e infantil.

Sheppard-Yonge. El transbordo final. Me bajo del vagón y subo el ascensor. Este tramo es cortísimo, no demora más de cinco minutos. Un suspiro y ya me encuentro en Don Mills, agotadísima. Los jueves son un día largo, considerando que tengo que correr de un lado al otro del campus. Ascensor primero, escalera mecánica después, y aparece la superficie, el Fairview Mall y su estacionamiento ante mis ojos. El carro ya está afuera. Una vez del otro lado de la puerta vuelve a rodearme el frío y la nieve que cayó anoche y que se acumuló como la gente en las esquinas del peatonal o en la plataforma del tren, cayendo tan casualmente como las preguntas entre dos desconocidos tan diametralmente distintos como los que acababa de presenciar. Y me doy cuenta que mis ojos miran este mundo nuevo con la misma sorpresa e inocencia de mi primer encuentro con la nieve. Mientras pienso sobre todo esto continúa el trayecto, cada vez más al norte, donde hay cada vez más nieve. Joyce tenía razón: cae sobre los vivos y los muertos, los tejados y los árboles, las autopistas y las bibliotecas y lo cubre todo por igual con el mismo manto mágico. Pero hay distintos modos de ver esa nieve y el mundo que ella cubre. Quizás para mí es divertido ver las cosas así como lo hago. En mi mochila, mis guantes siguen húmedos.

(Noviembre 2008)